lunes, 25 de febrero de 2008

OTRA VEZ CON EL MISMO CUENTO

La tataranieta de caperucita se subió a la vespa que le habían comprado sus padres en el último cuatrimestre en recompensa por haber suspendido tan sólo cuatro asignaturas despotricando a voz en grito. ¿Por qué tenía que llevar la comida a su abuela? ¿Es que no podía ir a comer como las abuelas del resto de sus amigas al centro de día? Total para cinco mierdas de euros que le daba de propina cuando la veía…

Se puso el casco y arrancó. Para atajar decidió meterse por el parque de la Esperanza. El único vehículo que podía circular por él era la bici, pero… una moto tenía dos ruedas, y quería llegar antes de que empezaran Los Hombres de Paco.

Wolfang –el tataranieto del Lobo Feroz- estaba terminando los deberes. En la casa donde vivían era imposible poder hacerlos, su madre, hermanos, tíos y primos hacían un total de doce personas. Una verdadera locura poder concentrarse, así que había decidido bajar y acabar de leer de una vez por todas el trabajo sobre el Quijote. Su madre había decidido venir a España en busca de una vida mejor donde pudieran tener más oportunidades, alejados de la mala fama que habían tenido que acarrear debido a un pariente muy lejano. Un nuevo país, una nueva oportunidad. Wolfang lo sabía y no quería defraudar a su madre.

Mientras formaba tras ella una nube de polvo enorme, Caperu divisó junto al camino a un compañero de clase estudiando. Paró en seco: “Wolfangcito… pero qué empollón eres, todo el día estudiando” y comenzó a increparle. Tras callarse un rato e intentar ignorarla, Wolfang al final levantó la voz para que le dejaran en paz.

Arturo, el jardinero del parque –el tataranieto del leñador- escuchó voces mientras podaba uno de los setos. Se acercó preocupado, hacía unas semanas se había producido una pelea y no quería que volviera a repetirse. Al llegar a la escena comprobó que dos chicos estaban discutiendo.” vete del parque y deja de armar bronca, estoy harto de gentuza como tú”

Pero yo… Wolfang recogió su libro y se marchó cabizbajo y enfadado despotricando. Sabía que no lograba nada, pero necesitaba desahogarse. A veces el supuesto futuro mejor no era tan fácil de conseguir.


Años de perjuicios, prejuicios y miedos habían hecho mella en la cabeza del jardinero… ¿y en la nuestra?

8 comentarios:

  1. En la nuestra tambien, no conozco a nadie que me halla demostrado imparcialidad fiable, ademas en este mundo de la informacion estamos destinados a enterarnos normalmente de la mitad de la verdad, y el resto es manipulacion, por que saben que funciona. Me voy a ver el debate a ver que sueltan que al ser en directo es menos manipulable.

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  2. Pueff, asi estamos... creo q la sociedad está repleta de ideas prefabricadas.
    Hoy me dice una alumna de prácticas con respecto a su compañero (un poco alternativo): "ahí donde le ves sabe hacer muchas cosas" y me lo dice a mí, que una vez me preguntaron con sorpresa si yo trabajaba... "sí, sí claro, hago malabares en la calle". Por cierto, q este chico, el pobre, tb los hace.

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  3. el blog de chiguita vuelva a estar activo¡

    Eli, que encanta el cuento... puede que te llamen para preparar algún mitin, o programa electoral.

    Gracias gracias gracias gracias gracias

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  4. Jajaja, bien Eli, hay que actualizar los cuentos.

    Me has inspirado, a ver si refresco yo alguno ;)

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  5. Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequivocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa.

    Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos paises. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreirle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella.

    Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.

    Rosa Montero

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  6. El último "cuento" de Fa (o de Rosa Montero, o plagio de Rosa Montero...) ya lo había leído pero de otra forma. Era una viejecita y estaba narrado de otra forma más confusa. Servía como ejercicio de grupo para analizar nuestras propias ideas preconcebidas, el asociar negro a pobre, etc...

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  7. Todo el mundo cae en decir este es así o de la otra manera o vete tu a saber, y lo mejor es que casi nunca se acierta... Pero lo cierto es que pocas veces se dan o damos la oportunidad de demostrar como o que somos. Posiblemente requiere tiempo... Yo prefiero preguntar y hablar pero siguen existiendo los prejuicios. Si te acercas a tíos, este tío quiere venir con nosotros. Si te acercas a tías, querrá ligar... va. paso :) pero estoy en lo cierto. Es como si no se pudiera hablar o conocer a alguien por conocer algo de el.

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