Acabaron hace más de un mes las navidades, y por suerte, cualquier efecto secundario de su vivencia remitió semanas atrás. Sobrevivimos a ellas como cada año, lo que siempre me asombra; y ahora las calles de las ciudades de provincia, en este caso de palencia, vuelven a estar tranquilas y transitadas por una acostumbrada actitud altanera a la apariencia convencional.
¿Dónde quedaron las aceras saturadas, los bares llenos y los millones de besos acompañados del "cómo-va-todo-cuánto-tiempo? ¿dónde está toda esa gente que abarrotaba la ciudad y que parece que solo sale una vez al año?
Formaban parte del decorado de las fiestas. Una treta más del consumo capitalista multiorgásmico en navidad. Los carritos de bebé y bolsas que había que sortear, la sonrisa excesiva ante tanta gente con la que hacía un año que no coincidías... todo un decorado con o sin croma, que nos lleva a preguntarnos estúpidamente dónde se metía toda esa gente el resto del año
Fuera de Palencia.
Muchísimas personas de mi generación, de las anteriores, y de las que han seguido, han emigrado de la ciudad, o mejor dicho, han huido; y el número de quienes se dan cuenta de que aquí no hay futuro, crece a pasos agigantados.

centenas de personas exiliadas que han tenido que abandonar una ciudad muerta, sin presente ni futuro, sin cultura ni trabajo; para demostrar que en otros lugares sus capacidades y aptitudes sí son valiosas, y el porvenir sí existe.
Es desalentador reconocer cuánta gente vuelve a casa por navidad para dejar después más vacía, sola, sin inquietudes ni futuro, la ciudad en la que vivieron y se formaron.