martes, 18 de marzo de 2014

Abuelito dime tú

Resulta que Heidi no solo reconoció a los abuelos gruñones que en el fondo tenían corazón, sino que dio lugar a todo un síndrome: el síndrome de Heidi. 

Al leerlo pensé que sería el que el que padeció Penélope Cruz al gritar Pedrooooo en los Oscars, pero no, parece que dicha enfermedad se refiere a aquellos niños y niñas que al no tener contacto con la naturaleza sufren déficits de atención, hiperactividad, y otros trastornos. 

En una sociedad en la que se venera el ladrillo hasta la burbuja, se critica a los  más pequeños por no saber jugar, mientras se les relega al interior de la casa o, en el caso de que se les permita ir al parque, se les amonesta hasta la saciedad cada vez que se ensucian o se aventuran a hacer algo que no sea columpiarse, es continua. 

Tras relegar lo natural a lo meramente anecdótico, he acabado escuchando que la leche sale de la nevera (con el sabor aguado que tienen me lo estoy replanteando), y ojiplática he visto cómo me señalaban vacas por cabras.

Puede que cada vez haya más Claras y menos Heidis, no sé, pero de lo que estoy segura es de que las señoritas Rottenmeyers abundan.