Cuando España se convirtió en un país subdesarrollado, las banderas rojigualdas de ventanas y coches ondeaban orgullosas al son que marcaban los brillantes gemelos y cuellos almidonados de camisas de patrias marcas bicolor.
Al fondo de la calle, la vergüenza se sentaba huidiza tras un contenedor lleno de manos en busca de alimentos.