viernes, 2 de marzo de 2012

el viajero del siglo

Hacía quizá demasiado tiempo desde la última vez que un libro me entusiasmaba a todos los niveles. Con frecuencia decimos que tal o cual obra está escrita maravillosamente, que esa otra no nos deja levantarnos del sillón para así seguir avanzando páginas, o que esa de más allá nos hace reflexionar, plantearnos otros puntos de vista y ampliar nuestros conocimientos. 

El viajero del siglo de Andrés Neuman, premio alfaguara de novela 2009, y premio de la crítica 2010, lo tiene todo.

Con ella conocemos a Hans, un traductor nómada del siglo XIX que viaja de un lugar a otro facilitado por una profesión que  le permite no tener que establecer su residencia en un sitio concreto. Al realizar una parada más bien por azar en Wandemburgo, tropieza con un viejo organillero, lo que hace que sus pasos se detengan allí una temporada. 

Por el encuentro y posterior amistad con él, y por supuesto por Sophie, hija de un hombre adinerado que venido a menos.

En Wandemburgo Hans encontrará una razón para demorar su continua andadura y sumirse en la vida de una ciudad que, tras la conquista napoeónica se ve libre de invasores extranjeros. Allí asistiremos a  través de la traducción de posesías, de largas conversaciones en el salón de té de Sophie, de cartas, de un diario parroquial e incluso de un relato policíaco; a reflexiones y diáologos sobre los nacionalismos, el miedo a lo extranjero, la religión, el apego o la emancipación de la mujer. Nos daremos de bruces con un siglo XIX que acaba teniendo extrañamente los mismos problemas e inquietudes que la sociedad actual. 

Sería injunsto no hablar de los personajes de reparto que va tejiendo la novela. Sophie, coprotagonista femenina, mujer instruida, rebelde, atrayente, inteligente y sumida en un mundo aún demasiado masculino que en parte, la coarta. El organillero, filósofo llano; Álvaro Urquijo ese español ilustrado y exiliado de tantos sitios que tampoco sabe abandonar Wandembrugo; Elsa, con una actitud que trasciende a la de una criada que entenderíamos por normal, el callado Sr. Levin, la encantadora Sra. Piettine... Y cómo no, Wandemburgo, ciuda móvil que parece rotar y cambiar de forma, confundiendo al viajero de la misma manera que hace Europa con sus habitantes y variaciones políticas.

El viajero del siglo es en suma una novel que nos habla de cambios: políticos, sociales y culturales, del desperar de la mujer y su lucha por salir del mundo privado y entrar en el social; del apego y de la huída, porque ¿no es acaso Hans un viajero que huye de los lugares por miedo al apego? querer nos convierte en seres potencialmente vulnerables, nos puede hacer sufrir y darnos raíces que luego son difíciles de trasplantar. Por suerte,  también nos regala instantes de felicidades. Pero el viajero continuo jamás profundizará en ellos, Antes de lograrlo ya estará en otro coche de caballos.