Quizá si hiciéramos una encuesta a día de hoy (5 de enero) sobre qué opinamos de la Navidad, lejos de hablar de lo bonitos y sinceros que son estos días tan entrañables, diríamos como poco que estamos hasta las narices y que deseamos que de una vez por todas pasen estas fechas.
Quizá, y sólo quizá, el número de gente que opina de esta manera va creciendo año a año. La impresión desde luego es ésta, y más frecuentemente se oyen gritos contra la Navidad y sus buenos deseos. Las razones son sencillas, cada vez se adelanta más el turrón de los estantes en los escaparates; y antes tenemos que tragarnos a señoritas espectaculares y casi irreales anunciando colonias. Y sin duda, con más rapidez se adornan nuestras ciudades con luces horteras que ayuntamientos y usuarios plantan sin decoro ni sentido del gusto.
La presión a la ciudadanía para que el consumo se exacerbe por tanto, también se acelera. La necesidad de consumir, de comprar mucho más de lo necesario, incluso si no tienes, es omnipresente y en muchos casos omnipotente: Se nos obliga a comprar regalos, a beber, a salir de copas, a ir a la peluquería, y parece incluso que si no lo hacemos, no sólo somos los bichos raros, sino que se nos tacha de antipatriotas porque, parece ser que gastando activamos el consumo, y por tanto hacemos que el país salga de esta crisis.
¿Pero qué vamos a gastar si no tenemos?
Que Navidad sea todo el año se suele decir... pues vamos bien.