Se sentía tan pequeña que cabía en el bolsillo de su pantalón. Y ahí se introducía ella esperando que en cualquier momento, cuando él metiera la mano, la encontrara y sacara por equivocación en vez de esas monedas sueltas para tabaco, un recibo perdido y medio roto del banco o un olvidado pañuelo de papel usado.
A veces ella trepaba por su tronco y brazos, y con mucha agilidad le cantaba al oído, o le susurraba lo mucho que le quería. Otras simplemente le soplaba haciéndole cosquillas. Sin embargo él jamás se daba cuenta…
Y ella se volvía más y más pequeña, mientras que a la par, su tristeza crecía a pasos agigantados. Fue entonces cuando desistió de murmurar a su oído; el momento en el que dejó de hacerle caricias por la espalda cuando estaba nervioso, de correr entre su pelo, o de mirarle mientras él dormía; y se quedó quieta en ese bolsillo del pantalón, entre esas pelusillas que se acumulan al fondo de no se sabe qué… hasta que un día desapareció casi por completo…
…Porque no se fue del todo. De ella quedó ese halo de melancolía que inconscientemente él inhaló y que se instaló en una parte de su alma.
Fue justo en aquel entonces cuando él comenzó a pensar en ella con mayor frecuencia, y cuando la añoró más y más. Su sonrisa, sus silencios, su mirada atenta mientras él hablaba, sus besos…
Y rastreó todos los lugares comunes donde solían encontrarse, y por otros donde ella podría haber estado; Y justo allí fue donde comenzó a conocerla mejor, y fue allí donde se dio cuenta de que jamás se había tomado la molestia de hacerlo.
Siguió buscándola pero no había rastro de ella, sólo esa pequeña melancolía que le hacía recordarla y pensar en lo grande que ella había sido.