Pasaron las vacaciones y comenzaron la rutina del trabajo (para aquel que tiene) y la tranquilidad de todo comienzo de un curso que parece que repetimos una y otra vez; sin embargo septiembre no sólo nos trajo ese famoso síndrome postvacacional, sino que también vino de la mano de muchas fiestas patronales.
Fiestas… por 0.5€ dígame eventos en los que el consejo de Festejos de cada ciudad se gasta el presupuesto. Tic-tac, tic-tac… toros…. Conciertos… actividades deportivos… mercados medievales… eh… eh… eh…
Reconozcámoslo, las fiestas de las ciudades no son especialmente atractivas. O mejor cambiemos el término: no son especialmente originales: unos conciertos malos y carentes de imaginación que siempre acaba comprando el concejal de turno en paquetes para no tener que pensar demasiado: algo fácil de escuchar, sin arriesgar, porque si el concierto es gratis, ¿qué más da la calidad? Va a acercarse todo el mundo.
Toros, que parece que es lo único que mueve las fiestas y que llena la ciudad de carteles y de murmullos con el nombre de José Tomás; actividades deportivas que nadie sabe muy bien quién va a ver; mercadillos de todo tipo para gastar ese dinero que en época de crisis parece que nos sobra; y fiesta, mucha fiesta.
Si echamos la vista atrás de las últimas festividades de nuestras ciudades, estoy segura de que al final la imagen resumen que se nos queda de ellas en la cabeza es: “salí a tomar unas copas con los amigos, menuda la que armamos”.
En España parece que el concepto “pasarlo bien” está siempre asociado a beber alcohol. Cierto… el alcohol es una droga social: quedas con alguien y vas a un bar a tomar una caña mientras te pone al tanto de su vida. ¿Pero qué ha pasado para que el único aliciente que haya en las festividades de una ciudad sea salir por la noche? Desde luego, en esas épocas, junto con las Navidades, es el momento en el que más permisivos se vuelven los políticos. De repente los bares no tienen límite de horario, y además se puede beber en la calle. ¡Madre mía el botellón es legal! El botellón sin pagar impuestos por supuesto, que para eso ya tenemos las terrazas.
Gente que sale casi todos los días de una semana hasta las 9 de la mañana, bebiendo más de la cuenta, porque son fiestas y hay que celebrarlo, y aderezándolo en muchos casos con algún que otro aliciente.
¿Pero realmente hay un plan alternativo? ¿Alguna otra actividad interesante y atractiva? Se habla mucho del botellón, de lo que bebe la gente joven, y de la subida de consumo de drogas, sin embargo nadie se hace la pregunta esencial: ¿Por qué ocurre todo esto? ¿Qué ha pasado para que sólo encontremos diversión en salir de fiesta?
Una carencia de propuestas reales, atractivas o asequibles a la gente de pie de calle, debería hacer plantearse a los políticos qué están haciendo (de nuevo) mal. ¿Por qué la cultura que se ofrece no sólo es deficitaria sino aburrida y cara? ¿Qué pasaría si alguien se molestara en cambiar alguno de estos tres conceptos?
Puede que ahora que a los jóvenes de Pozuelo también les ha llegado la moda del botellón y ya no es algo asociado a perroflautas y jóvenes sin demasiados recursos económicos, la sociedad comience a reflexionar e intentar buscar soluciones, porque como siempre, el dinero, y en este caso la gente que lo tiene, acaba siendo el detonante para intentar erradicar el problema.