martes, 19 de febrero de 2013

Plaza Taurina

Hace escasos meses la plaza mayor de Palencia se convirtió en una improvisada plaza de toros en la que el diestro Carlos Doyague ofreció unas clases de toreo para los niños, y presumiblemente también para las niñas.

En un momento en el que las corridas de toros están en el punto de mira de la opinión pública por el maltrato animal que suponen, y en el que el gobierno ha recortado brutalmente las ayudas a la cultura, esta actividad para párvulos, subvencionada por el Ayuntamiento de la ciudad, cuanto menos sorprende. 
Con la excusa de la promoción del arte del toreo, la alcaldía  se posiciona directamente no solo a favor de perpetuar las corridas, sino de que los y las menores aprueben la muerte gratuita de un animal como espectáculo. 

Ciertamente las corridas de toros han sido un elemento de la cultura española y el toro un símbolo para el arte, sobre todo a las cinco de la tarde, cuando las heridas quemaban como soles, a las cinco de la tarde.
¿Pero realmente es la cultura, como sugieren muchas de las personas defensoras del toreo, algo inamovible? Si el ser humano no hubiera evolucionado la esclavitud seguiría siendo una realidad permitida e iríamos aún a ver al circo combates entre gladiadores que acabarían con la muerte de quien no vence. 

Hace décadas no parecía necesario plantearse si tirar una cabra desde un campanario era una salvajada, y sin embargo, por suerte, hemos avanzado –al menos hay quienes sí lo han hecho- y ahora resulta una tradición incompresible y repudiable.

Parece que ha llegado el momento de la revisión de las corridas de toros como elemento perpetuable o no en nuestro espacio cultural. En contra corren las voces de aquellas personas conservadoras e inmovilistas que en muchos casos han tomado una posición ideológica claramente identificable: la de una España unida, tradicional, de toros y como solía añadirse, y pandereta. 

Quizá aquellos que desde el concejo enarbolan la palabra cultura para realizar y justificar esta actividad, un día nos sorprendan con que la plaza mayor de Palencia se ha convertido en un improvisado ateneo de cualquiera de las artes escénicas. Simplemente quizá la cultura, un día, tenga un espacio en esta pequeña y conservadora ciudad.