Esta mañana la cita con el dentista era ineludible. Y
mientras indefensa e impúdica mantenía la boca abierta cuanto podía, me preguntaba, aparte
de cuánto me clavarían por los empastes, si la gente cierra o no los ojos en
esa situación.
Hay ciertos momentos en los que sabes perfectamente qué hacer: si besando los mantienes abiertos puedes dar la sensación de
no querer tanto a la persona y de no estar a lo que se tiene que estar. Y si cantas, mucho mejor no bajar los párpados, que si no,
uno puede emocionarse demasiado.
Pero ¿y en el dentista? ¿qué hacer cuando alguien está tan
próximo a ti hurgando en tus dientes? La curiosidad abre, el pudor de unos ojos
de alguien extraño tan cerca de los tuyos cierra, el dolor o repelús hacen lo
mismo, el aburrimiento lo contrario.
A todo esto, da igual lo que hagamos, el único que
realmente tiene que mantenerlos abiertos es el dentista.