De vuelta a Palencia, en el vagón en el que me he instalado, venía un grupo de cinco mujeres de unos 65 años hablando despreocupadamente. Observándolas me preguntaba hacia dónde se dirigían y a qué hacer.
Su conversación llenaba el silencio del tren. Acostumbrados a viajar solos: leyendo, durmiendo, con el ordenador, escuchando música u observando el paisaje mientras dejamos que nuestra mente vague, escuchar a ratitos la conversación de estas cinco parlanchinas (entiéndase el adjetivo de manera cariñosa) era casi inevitable.
Su tertulia, que nada tenía que envidiar a la de DEC, Sálvame Deluxe o la Noria, iba tocando temas muy diversos: desde la pena que da que tras el divorcio los padres que rehacen su vida con otra familia pierdan el contacto con los hijos de la primera, hasta la importancia de tener trasteros en casa a consecuencia de la invasión de los hijos ya independizados en sus casas para olvidar allí trastos.
No podía faltar la alusión a las recetas de cocinas varias, y por supuesto al corazón. Qué de suspiros al hablar de cómo en su “época” había mujeres guapísimas: Sofía Loren y otras de su edad han salido muy bien paradas: qué figuras tenían, qué atractivas eran… aunque son muchas, de las de entonces y ahora que se han dado botox añadían, ¡y que se han operado! medio gritaban indignadas.
Contrariamente a lo que ellas mismas pudieran pensar, no tienen nada que envidiar estas cinco mujeres que se van enseñando fotos de sus nietos y biznietos por el teléfono móvil que saben manejar a duras penas, a todas esas glamourosas estrellas del celuloide, de la prensa rosa y de la televisión, que si bien tienen más dinero, no poseen el desparpajo de todas estas que me han hecho reír de estrangis durante la mayor parte del viaje.
Aunque eso sí, me quedé con ganas de decirles que ese “estuvieron por allí, por eso donde vivía drácula”, no era Noruega.