Gadafi tiene que irse. Todos los dirigentes occidentales claman al aire hipócritamente su marcha con un único propósito: que la situación del crudo se resuelva. Porque lo que está ocurriendo es crudo, no nos cabe la menor duda, ¿pero realmente hay una conciencia social hacia el sufrimiento y las ganas de libertad y democracia de los ciudadanos de Medio Oriente? ¿o donde se pone la atención es en el futuro de los partidos políticos islámicos y en el precio del petróleo hasta que la situación se resuelva?
Mientras, con el barril por las nubes, el gobierno de Zapatero ha tomado una decisión: rebajar a 110 km/h la velocidad máxima en autovías y autopistas a partir del 7 de marzo, para rebajar así el gasto y fomentar el ahorro. Ayudando además, y de soslayo, al medio ambiente.
La medida también afecta a los billetes de cercanías y media distancia, cuyo coste se reducirá un 5% fomentando de esta manera el transporte público.
Las reacciones no se han hecho esperar, y el Partido Popular por supuesto (además de Fernando Alonso) ha sido de los primeros en recriminar la medida, que tacha entre otras cosas, de ineficaz e improvisada.
Pero no sólo eso, como hemos podido leer ayer en varios periódicos, la comunidad de Madrid y la Generalitat se rebelan ante la bajada de precio de los billetes de tren porque supuestamente no podrían afrontar dicho coste.
Durante el último mes se ha oído hablar mucho de contaminación, de que se debía utilizar con mayor frecuencia el transporte público o ir más de una persona en cada coche. Pero para que esto sea real, el ciudadano también tiene que tener facilidades. ¿De qué me sirve que me digan que hay contaminación y que sería recomendable que cogiera el autobús, si el viaje de ida y vuelta me sale más caro que si llevo el coche?
¿Por qué no abaratar el coste del transporte público? ¿Por qué no por fin hacer algo a favor del ciudadano y del medio ambiente?
Las palabras pueden disiparse, pero los hechos no. Yo, esta vez, aplaudo la decisión del gobierno.