Quizá lo único que haya aprendido el ser humano a construir a lo largo de tantos años de existencia hayan sido los muros. Muros de piedra o muros de misiles… en realidad es lo mismo, aunque tengan distinta denominación, su objetivo es similar: aterrorizar, prohibir, desmotivar… y para unos, los que los construyen, proteger.
Tengo la imagen en la memoria de cómo en años 80 cayó el muro de Berlín, siendo una niña, no era capaz de comprender cómo podía haber un muro en una ciudad que por nada del mundo te dejara pasar al otro lado. Siendo mayor… tampoco.
Habiéndose cumplido 25 años desde su destrucción, y pudiendo comprar esas piedras como un recuerdo de la vergüenza, como una lección de historia, es hoy incluso más incomprensible que sigan existiendo otros muros, y que no se haga nada por tirarlos abajo.
El pueblo Saharaui tiene que vivir con uno. Ése que delimita un territorio que se les deniega, ése que vuelve a engendrar odio, desesperación y miedo.
La ONU desaparece, España se levanta… el gobierno calla… el Partido Popular se aprovecha y hace suya una causa que no lo es. ¿Cómo se puede, por un lado salir en una manifestación proSáhara, y por otro, defender la expulsión de los inmigrantes si no tienen trabajo o papeles? ¿Tienen acaso los saharauis esos papeles que les deniega el pueblo marroquí?
La Declaración de Derechos del Hombre, en el artículo 13, nos dice que toda persona tiene derecho a salir de su país de origen, sin embargo, no se contempla en los artículos, el deber del país de llegada de aceptar a la persona inmigrante. Tristemente el mundo que hemos creado tiene muchos, y parece que la construcción de puentes está lejos de llegar.