martes, 23 de marzo de 2010

El rapto de la Primavera

Llegó y celebramos la primavera...  El momento del año en el que la vida vuelve a surgir: el clima se vuelve más cálido, las flores brotan e incluso nosotros nos sentimos más animados al asomarse tímidos los primeros rayos del sol... igual que se ha ido haciendo  alo largo de la historia en diferentes culturas.

Ya en la prehistoria existían una serie de ritos  de creencias agrícolas protagonizados en su mayoría por mujeres celebrando la fertilidad, que mediante procesiones que recorrían los campos sembrados gritaban obscenidades a la diosa con el fin de herirla, y que con sus lágrimas se regaran los campos, faltos de la riqueza de la lluvia.  Los celtas también celebraban el comienzo de la primavera, y tenían la creencia de que en el amanecer del equinoccio un conejo blanco surgía de los bosques y enterraba huevos de oro en los huecos de los árboles. Quien encontrara alguno tendría abundancia durante todo el año. Actualmente… chocolate durante un día.

Y por supuesto no podemos dejar de mencionar el Cristianismo, y con él la llegada de las ansiadas vacaciones de Semana Santa;  como tradicionalmente sabemos, Jesús muere el Viernes Santo y el mundo se mantiene triste, sin luz e incluso sin alma; sin embargo, tres días más tarde, resucitará y todo será bueno: volverá a  nacer.  Se celebra la victoria del Dios  de la luz, sobre la muerte (la oscuridad), de la primavera frente al invierno.

Desde luego todas las culturas celebran de algún modo este equinoccio, pero sin duda es la mitología griega la que nos da la historia más bonita sobre el resurgir de esta estación:

EL RAPTO DE PERSÉFONE
Cuentan que en el sureste de Europa hubo un tiempo en el que reinaba la eterna primavera. La hierba siempre era verde y espesa y las flores nunca marchitaban. No existía el invierno, ni la tierra yerma, ni el hambre. La artífice de tanta maravilla era Démeter, la cuarta esposa de Zeus, el Dios de los dioses.

De este matrimonio nació felizmente Perséfone, una joven de gran belleza, adorada por su madre, que  gustaba de pasear por los campos y sentarse sobre la hierba admirar y oler las flores. Un día  el terrible Hades, dios de la muerte y del inframundo con su temible carro tirado por caballos pasó casualmente cerca de Perséfone. Rendido a su belleza la raptó vilmente  para llevarla su territorio, el inframundo.
Deméter, enloquecida al no encontrar a su hija y con una antorcha en cada mano, emprendió una peregrinación de nueve días y nueve noches para buscarla. Al décimo día el Sol, que todo lo ve, se atrevió a confesarle quién se había llevado a su hija. Irritada por la ofensa, Démeter decidió abandonar sus funciones y el Olimpo. Vivió y viajó por la tierra. Pero al descuidar sus tareas, al privar a los campos de su mano fecunda, la tierra quedó desolada y sin ningún fruto.

Ante este desastre, su marido se vio obligado a intervenir pero no pudo devolverle la hija a su madre: Perséfone ya había probado el fruto de los infiernos, una granada ofrecida por su nuevo marido Hades, lo que hacía que le fuera ya imposible abandonar las profundidades y regresar al mundo de los vivos. Sin embargo, la sabiduría de Zeus hizo que se pudo llegar a un acuerdo: una parte del año Perséfone  lo pasaría con su esposo y, la otra parte, con su madre.

Así,  cuando Perséfone regresa con su madre, Démeter ésta muestra su alegría haciendo reverdecer la tierra con flores y frutos. Haciendo regresar al mundo la primavera. Por el contrario, cuando la joven desciende al subterráneo, el descontento de su madre se demuestra en la tristeza del otoño y el invierno.