El mar...

Algo mágico tiene el mar… que no soy capaz de explicar, pero que hace que pueda pasarme horas y horas sentada frente a él, observándolo hipnóticamente.

Algo, algo tiene… que llama como diciendo, estoy aquí, mírame…

El jueves pasado, mientras amanecía en el tren nocturno camino de la ciudad Condal, algo hizo que abriera los ojos para dejar escapar la mirada hacia el exterior del compartimiento, pudiendo así descubrir poco a poco, mientras el sol iba saliendo, ese brillo del agua tranquila.

Nunca he sabido qué me pasaba con el mar, si era su olor o su ir y venir, pero siempre que lo veo algo cambia en mí, y reaparecen en mi cabeza todas esas escenas cuando en San Sebastián me sentaba en la Zurriola con un libro, un papel y un lápiz, o simplemente con las manos vacías. Era entonces cuando lanzaba mi mirada al horizonte y me recorría una extraña sensación, de paz, inmensidad, pero también melancolía, que hacía que en ocasiones los ojos se inundaran de lágrimas. Jamás he sabido si de tristeza o alegría… acaso de ambas.

Algo tiene el mar que hace que lo mires sin cansarte como esperando poder ser tú una parte de esa inmensidad que viene y va, y nunca cesa.