Una dama de poncho rojo iba tranquila por el boulevar de los sueños rotos, con paso firme y seguro a pesar de su avanzada edad, parecía como si fuera rejuveneciendo al son de un ritmo interno que abarcaba todo el camino.
De repente se dio la vuelta: En el último trago nos vemos, gritó. Mientras se alejaba, su carne morena y pelo de plata se fundíeron con el paisaje, y un intenso olor a chile verde impregnó mis fosas nasales.
Que te vaya bonito voceé, pero no sabía si mis palabras se escucharían.
Una lágrima corrió por mi mejilla y pensé que al final, todos nos dicen llorona.